Sueños de saldo y esquina

Una mañana, con los sueños fusilados por la realidad, uno comprueba que son tan puros como baratos. Puros por el simple hecho de que los sueños nos escogen a nosotros, y no a la inversa. Baratos, sin embargo, porque somos capaces de venderlos al peor postor, a un beso robado, a una sonrisa partida por la mitad. Esta puñetera verdad, la que nos convierte en mercaderes de sueños propios y ajenos, nos hace olvidar que, al fin y al cabo, somos los sueños que nunca cumplimos, y también, los que robamos. 

Porque, con esta vida que se vive y se desvive una sola vez, no merece la pena ir desterrando nuestros anhelos al lejano país del olvido que no debe tener ni amparo ni abandono. Secuestrar nuestros sueños no tiene ni pena ni condena. 

Soñar es querer poseer la realidad que nunca poseímos. En cambio, la realidad son los sueños desgastados por la tristeza de no haberlos cumplidos. Y a pesar de ello, de que lo real dispara y para con lo preestablecido, con lo cruel y ruin que es, nos permite proseguir con nuestra drogadicta vida de sueños, aunque sean solo, de saldo y esquina.

Bienvenidos a la calle de los mundos. 

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